A diez años del 27F, segunda parte. Tres minutos y medio

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El suelo comenzó a moverse de a poco. En Santiago sintieron los primeros movimientos pasadas las 3:34 am. El ruido que lo acompañó fue muy grande, y de inmediato muchos supieron que algo no andaba bien. Pero no todos entran realmente en pánico durante un tren de ondas P (las primeras que genera un sismo), así que seguramente la reacción fue un “tranquilos, tranquilos, que no pasa nada”. El problema era que el bamboleo seguía y seguía, y solo iba creciendo en el tiempo. Y es que la corteza se estaba rajando. Literalmente.

Cerca de Cobquecura, a no más de 30 km de profundidad, la tensión que se había acumulado por más de 150 años comenzaba a soltarse. Fue allí donde partió la ruptura de este megaterremoto y, aunque la proyección de este punto en la superficie cae “en tierra”, la corteza simplemente comenzó a romperse y moverse en muchas direcciones. Un terremoto no se da en un punto, y este es uno de los más claros ejemplos de eso.

Cuando el siguiente tren de ondas secundarias, las llamadas S, comenzaron a llegar a las distintas ciudades de Chile, ya estaba claro que no estábamos frente a un movimiento normal. Aquí muchos ya comenzaron a gritar “¡no es temblor, es terremoto!”, en uno de los arrebatos más chilenos que conocemos. Esto, porque en realidad no hay “temblores” y “terremotos”, donde los segundos son los grandes. En realidad todos son terremotos, sólo que algunos son más grandes que otros. Estamos tan acostumbrados que hemos terminado creando categorías propias para ellos.

Pero lo más violento estaba por venir, al menos para las ciudades más alejadas de la zona de ruptura. Las ondas superficiales que después se generaron (llamadas “Rayleigh” y “Love”) comenzaron a llegar a Santiago poco después de un minuto del inicio del movimiento. En ese momento, todo se sintió como un gran tagadá, donde el piso se movía en círculos verticales y horizontales: se estaba dando la parte más fuerte de todo el sismo, y ya la gente comenzó a darse cuenta que no podía mantenerse en pie. Pero no fue igual en todos lados: si en Santiago lo más potente de todo el terremoto se sintió durante unos 40 segundos, en Concepción esto sólo ocurrió durante 20 segundos, aunque la aceleración máxima en el sur fue más de dos veces más grande que en la capital. Allá sí que se sintió muy fuerte; y no es para menos, ya que estaban en la zona de ruptura del terremoto. Una ruptura de más de 500 km de largo por 180 km de ancho. Enorme.

Una tormenta perfecta

El pánico se tomó a muchos, y claro, ¡si se estaba dando uno de los 5 terremotos más grandes registrados hasta ese día! La electricidad se había ido y los celulares estaban sin red. Este apagón comenzó a cobrar importancia mientras la sacudida comenzaba levemente a amainar. El daño a varios edificios ya estaba hecho, y algunos de ellos cayeron, incluyendo al ya infame Alto Río en Concepción. Sin embargo, para el enorme tamaño del terremoto, los daños a la infraestructura fueron pocos. El 27F fue un evento en el que la norma chilena de construcción demostró funcionar muy bien, y aún así después de él esta norma evolucionó.

El proceso no había terminado, por supuesto. La corteza se seguía rajando mientras la placa sudamericana se estaba moviendo hacia el oeste. En Concepción había un observador que llamó rápidamente a la Onemi en Santiago para advertir que la intensidad de este terremoto era al menos IX, por lo que debía generarse un tsunami, y había que dar la alerta rápidamente. Los encargados de la emergencia esa noche después repitieron incansablemente el argumento que, ya que el epicentro del evento había sido “en tierra”, entonces era imposible generar un maremoto. Esto no es cierto, y el que ellos lo creyeran habla de una desconexión horrible.

Verán, mientras se van moviendo súbitamente las placas, la corteza se va rompiendo en el camino. El hipocentro es donde comienza el sismo, pero no necesariamente donde más se mueven las placas, ni tampoco la zona donde el terremoto termina. Acá la ruptura llegó hasta las partes más superficiales, y movió el fondo marino, generando un tsunami. Y no crean que eso fue algo sólo correspondiente a este caso. En el de 1960 (de magnitud Mw 9.5), el epicentro estuvo cerca de Lumaco, “en tierra”, y también la ruptura fue tan grande que movió el fondo marino, armando un terrible maremoto. Pero no lo sabían. Y en 2010 tampoco sabían inglés, así que cuando el PTWC de Hawaii llamó para advertir que se avecinaba un gran maremoto, nadie supo entender el mensaje. Todos los que no tenían que perder la cabeza ese día, lo hicieron.

Mientras el suelo comenzaba a dejar de moverse, y todos seguíamos sintiendo que todo temblaba alrededor, de a poco empezamos a darnos cuenta de que habíamos vivido un enorme terremoto. Uno que, después supimos, tuvo magnitud Mw 8.8. Habían pasado alrededor de tres minutos y medio, pero se sintieron como una eternidad. Las réplicas comenzaron a ocurrir casi de inmediato, y no se detendrían hasta varios años después.
Pero era sólo el comienzo. El fondo marino se había movido fuertemente, y en la costa, el mar estaba por recordarle a todos su fuerza.

Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.