Columna Opinión: La vergonzosa apología a la Reforma Agraria

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Por: Harold Brethauer Meier. Vicepresidente Sociedad Agrícola y Ganadera de Osorno, SAGO AG.

En realidad fue el crecimiento impulsado por la libertad económica el que permitió que los niños del campo y de la ciudad, pudieran dejar de trabajar, ir a la escuela y usar zapatos.

Hace ya poco más de un año, el Gobierno, a través de su Ministerio de Agricultura, inició una campaña de apología a los 50 años de la Reforma Agraria, la que incluye frases como “Gracias a la Reforma Agraria, los niños y niñas campesinos dejaron de trabajar, pudieron ir a la escuela y comenzaron a usar zapatos”. La campaña, obviamente, no considera la visión de ninguno de los miles de agricultores a los cuales se los despojó prácticamente sin compensación alguna, de sus bienes, su fuente de subsistencia y sus hogares. Tampoco se dice nada de cómo la violencia y los constantes atropellos a los derechos humanos que se produjeron en torno a la Reforma Agraria, fueron los factores que condujeron al derrumbe institucional de nuestro país y de nuestra democracia.

Existen dos mitos que se intenta instalar en torno a la Reforma Agraria. El primero es de carácter económico, y nos dice que gracias a esta política, nuestra agricultura pasó de ser una altamente ineficiente, a ser la agricultura eficiente y moderna que es hoy. Pero la realidad muestra que el destino de nuestra agricultura se decidió en el proceso de apertura económica y comercial que sobrevino inmediatamente después. La Reforma Agraria se vivió de manera similar en todas las zonas del país, sin embargo, la agricultura del norte y del sur obtuvieron desempeños muy distintos. Mientras la zona centro norte del país, con condiciones climáticas muy favorables al sector exportador, experimentó un boom durante las décadas de los ochenta y los noventa, la agricultura de la zona centro sur, dedicada principalmente a la sustitución de importaciones, sufrió una realidad totalmente opuesta, con miles de hectáreas con aptitud agrícola que terminaron plantadas con pinos y eucaliptos, agroindustrias prácticamente desaparecidas y un gran empobrecimiento de sus sectores rurales. Esta dispar realidad se condice perfectamente bien con el término de la condición autárquica en que se encontraba el país y el proceso de apertura comercial, donde siempre hay ganadores y perdedores, industrias que florecen y otras que mueren. Y no puede ser explicada por un proceso que se aplicó de forma uniforme en todo el país.

El segundo mito de la Reforma Agraria tiene una connotación mucho más profunda y señala que con el término del latifundio se eliminó una estructura de dominación social, política económica y cultural que se había mantenido intacta desde la colonia. La verdad, es que el poder político de la oligarquía chilena estaba ya muy disminuido antes de comenzar el proceso de la Reforma Agraria. En 40 años el conservadurismo sólo había logrado ganar dos elecciones presidenciales, el 32 con Arturo Alessandri, quién paradojalmente en su primera presidencia se había encargado de destruir el poder oligárquico representado en la república parlamentaria y el 58 con su hijo Jorge, quién aunque con un espíritu muy acotado fue el iniciador de este proceso.

Además se debe considerar que si bien la propiedad de la tierra en la zona central del país estaba muy ligada a la oligarquía, a la iglesia católica y al partido conservador, la realidad del resto del país, especialmente del Bio-Bio al sur era diametralmente distinta. La propiedad de la tierra estaba principalmente en manos de descendientes de inmigrantes, fuertemente marcados por una ética protestante, políticamente vinculados al partido radical y con un marcado carácter mesocrático. Esta división cultural se manifiesta hasta hoy en la existencia del Consorcio Agrícola del Sur como contraposición a la santiaguina Sociedad Nacional de Agricultura. Así, ese supuesto poder incontrarrestable y hegemónico de la clase latifundista, estaba lejos de existir a esas alturas de nuestra historia.

Lo que realmente le cambió la cara a este país fueron las reformas económicas implementadas a partir de 1973, ya que aunque el PIB agropecuario se quintuplicó desde ese año en adelante, no pudo crecer al mismo ritmo que el resto de la economía, que es lo que siempre ocurre cuando un país se encumbra al desarrollo, transformándolo de agrario, a productor de servicios, proceso al cual le falta aún mucho camino por recorrer, por supuesto.

En realidad fue el crecimiento impulsado por la libertad económica el que permitió que los niños del campo y de la ciudad, pudieran dejar de trabajar, ir a la escuela y usar zapatos. La misma libertad que se intenta conculcar con ésta, y muchas otras campañas de desinformación realizadas con recursos de todos los chilenos y que incluye un presupuesto millonario a cargo de un líder mirista, haciendo de esta una desvergonzada campaña de apología con una clara orientación ideológica.