¡Chile está vivo!

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Qué le importa la fiebre, qué le importa el dolor de estómago y de todo el cuerpo. Arturo Vidal tiene alma, pasión y, lo más importante, jerarquía y talento. Con eso salvó a Chile de un empate que era mortal. Con eso le entregó a la selección nacional el triunfo por 2-1 sobre Perú, que alimenta la ilusión de llegar el Mundial. El Rey lo gritó claro y lo demostró: cuando se quiere, se puede.

Si Marcelo Díaz está enchufado, la Selección se alinea detrás de él. Si Aránguiz y Vidal marcan presencia en toda la cancha, el equipo adquiere otra dimensión. Si los tres volantes funcionan en la misma alta sintonía, la Roja se parece mucho más al bicampeón de América. Y si a todo lo anterior se suma la gambeta endiablaba de un Sánchez de mente clara, el cuento pinta, sin duda, para un final feliz.

Eso se vio en los primeros 45 minutos del duelo que disputó en el Estadio Nacional. Con un Perú entregando el terreno, refugiándose exageradamente, sin que eso se traduzca en solidez defensiva. Porque con la pelota en propiedad absoluta de Chile (la primera fracción acabó 80-20 para los locales), era cosa de trasladarla bien para provocar los espacios. El cuadro de Pizzi cumplió con ese ítem y también con la movilidad constante de sus delanteros: Vargas y Alexis no se quedaron pegados en la banda, lo que quitó referencia de marca a sus custodios.

A los 7 minutos ya amenazó Vargas con un cabezazo. A los 10’, Vidal no perdonó, por la misma vía. Centro de Isla, también de gran primer tiempo. Porque en esa faceta también mejoró notablemente la Selección en relación al desastre de Quito. Sus laterales, Isla y Beausejour (reemplazo de Mena), pasaron con ímpetu y generaron ventaja numérica en ataque.

El más beneficiado con esto fue el mismo Sánchez, cuya conexión con Bose se ve muy bien ensayada. Una de estas conexiones debió terminar en el 2-0, pero el centro del zurdo terminó con una farra increíble de Vidal en área chica (30’). Castillo, Vargas y otra vez el Rey Arturo, el grito de gol se ahogó demasiado antes del descanso y, obviamente, ese tan desagradable grado de incertidumbre quedó clavado de cara a la segunda mitad.

Tenía que aparecer Perú, el conjunto peligroso que tuvo en las cuerdas a Argentina. Ricardo Gareca se jugó por Ruidíaz en la cancha y armó un tridente muy peligroso con Paolo Guerrero y Christian Cueva. Si bien el dominio de la pelota se mantuvo en manos de la Roja, el cuadro del Rímac poco a poco empezó a llamar la atención. Un cabezazo de Corso y un tiro cruzado de Ruidíaz, el empate estuvo a un suspiro. Y para peor, Vidal se desplomó en medio del campo, por una lesión en el tobillo izquierdo. Las nubes negras asomaron, el partido pedía un movimiento de piezas de parte de Pizzi.

Puch a la cancha por Castillo y el volante del Bayern se quedó en el partido, jugando con el corazón. Quedaban 20 minutos y había que ganar a como dé lugar. El problema es que el punttazo de Edison Flores congeló el estadio. Fue a los 76’, el 1-1, el recuerdo de todo el desperdicio del primer tiempo golpeaba el espíritu de todos los chilenos.

Es que el combinado nacional volvió a ser un equipo largo, con los delanteros muy separados de los volantes. Un once partido. El físico, además, les pasó la cuenta a los nacionales, mientras que los blanquirrojos se agrandaron. La brillantez de Sánchez se esfumó y la victoria se buscaba únicamente con el corazón. Y si se trata de mostrar corazón, el del Rey Arturo es el más grande de todos: con fiebre, con las tripas dañadas, con la rodilla y el tobillo para ir directo a la clínica, el baluarte de la Selección sacó un zurdazo con lo último que le quedaba. ¡Golazo! Explosión, desahogo.

Chile sacó tres puntos de la nada. Debió ser un triunfo tranquilo, pero terminó siendo sufrido. A esta altura, sin embargo, da igual. Lo importante para la Roja era sumar y seguir en la pelea por ir a Rusia 2018. Arturo Vidal le regaló esperanza a todo un país.