Braulio Velásquez M
Luis Durán B
En estos días se cumplen 100 años de la fundación de la Cruz Roja de Mujeres de Puerto Montt, creada por un grupo de damas de la sociedad puertomontina impactada por el número de muertos y heridos, la hambruna y el exilio que dejó la conflagración europea, la I Guerra Mundial, y la alerta que recorría la sociedad de un enfrentamiento con el Perú.
Para entonces el territorio del centro sur de Chile vive un momento de auge de sus actividades agropecuarias impulsadas por el transporte ferroviario y por la alta demanda de sus productos a las grandes ciudades del centro y a las localidades mineras en el Norte Grande. El 20 de junio de 1920 en dependencias del Liceo de Niñas se constituiría un directorio provisional integrada por doña Ester Pacheco de Naranja como Presidente y directora del Liceo; doña Ana Celia de Díaz y Corina Merino como Vicepresidentas; secretaria doña Modesta Herrera y tesorera señorita Matilde Corral, informando por oficio a las autoridades nacional, locales y al Consejo Central de Cruz Roja de Mujeres de Chile de la decisión adoptada por el grupo de damas puertomontinas.
En esos años, las mujeres se encontraban al margen de la vida cívica del país, no participaban de las actividades políticas e institucionales sin embargo muchas se habían destacado en las artes y en la literatura y un grupo de pioneras había roto las barreras que le impedían estudiar en el principal centro universitario del país, la Universidad de Chile.
Tres días más tarde fueron ratificados los estatutos definitivos y los cargos de la directiva provisional, agregándose a estos como Directora de la comisión de Socorro a la Sra. Clementina de Gueselaga; Directora de la Comisión de Enfermeras a Sra. Teresa de la Fuente, Directora de la Comisión de Propaganda a Sra. Rudecinda de Alarcón y Directora de la Comisión de Arbitrios a Sra. Ana de Brahm. Este grupo de mujeres al que se sumaron 111 voluntarias formaron un férreo grupo imbuido de un alto sentido del deber, quedando plasmado en sus estatutos: “Contribuir en caso necesario, a la fabricación del material de curación (vendas, hilos, etc) y ropa para los soldados”, como asimismo, “socorrer a la familia de los soldados, en lo que sea posible dentro de los recursos de la sociedad y en caso de muerte de estos, proporcionar los medios de trabajo a las viudas y asegurar la educación de los huérfanos”.
Pero no sería en la guerra donde se destacarían estas mujeres en Chile. Las guerras europeas de mediados del siglo XIX que había dado origen al Comité Internacional de la Cruz Roja que bajo el sentimiento de Tutti Fratelli (Todos Hermanos) se instituyó como una organización mundial, humanitaria y voluntaria dispuesta a socorrer a heridos en los campos de batalla sin importar su nacionalidad o bando. Fue durante la Guerra del Pacífico que el Comité Internacional aceptó la adhesión de Chile pero no sería hasta 1903 cuando el ciudadano italiano Víctor Cuccuini formaría acompañado de otros personeros locales la primera institución en Punta Arenas para posteriormente instaurarse en Tocopilla, Valparaíso y Santiago, en Osorno la Cruz Roja se fundaría el 4 de agosto de 1912, todas respondiendo al llamado solidario del Comité Internacional en favor de las víctimas de la guerra.
Con el derrumbe de los mercados a nivel global en el año 1929, se puso fin al auge agropecuario la demanda de productos agrícolas disminuyó notablemente y muchos negocios debieron cerrar sus puertas ante la imposibilidad de sus dueños de poder vender y pagar sus compromisos, la pobreza y el hambre se instalaron en nuestras calles y campos sin necesidad de guerra. 30 años demoraría la producción agropecuaria en alcanzar los niveles de producción de fines de los años 20 para toparse otra vez con el desastre, el cataclismo de mayo 1960.
Las mujeres de la Cruz Rojas salieron al auxilio de los más necesitados realizando una amplia labor desinteresada y filantrópica. En un país atacado por el tifus exantemático y la desnutrición se abocaron a charlas sobre higiene y condiciones sanitarias y apoyaron decididamente los programas de alimentación que generalmente se complementaban con operativos de entrega de vestuarios y alimentos. Sin embargo, la actuación más relevante, con repercusiones internacionales se produciría con ocasión del catastrófico sismo acaecido el 22 de mayo de 1960.
Una vez conocido por el Comité Internacional de la Cruz Roja de la enorme labor realizada por las voluntarias después del terremoto que abarcó la distribución de ayuda desde San José de la Mariquina por el norte en la provincia de Valdivia hasta Castro por el sur, le otorgó la medalla Florence NInghtingale, que constituye la máxima condecoración con que este organismo premia a sus miembros más selectos.
La institución nunca ha dejado de operar hasta el día de hoy, mantiene abierta sus puertas en su sede de calle Urmeneta 835 siempre alerta a los requerimientos de ayuda y sentido humanitario para el socorro del necesitado con la que fue creada hace 100 años.