En el año 27 a.C. Octavio Augusto quedó a la cabeza de Roma como el primer emperador romano. Reconocido como hábil estratega, hombre de estado y sagaz visionario consiguió llevar el Imperio a su máxima extensión y prosperidad.
Reconocido por la historia como el emperador que más años gobernó y que dio a Roma un esplendor incalculable, tenía un secreto. Comprendió que para avanzar debía detenerse; que para crecer debía esperar y que para esperar era necesaria la paciencia. Su gran secreto fue la paz.
En efecto, al interior de sus fronteras impuso el cese de todo conflicto entre ciudadanos y ordenó la conciliación entre los pueblos. Los aires de Guerra Civil se esfumaron prontamente. Al poco andar se convirtió en un gobernante que modernizó el aparato del Estado y elevó las condiciones de vida de su pueblo. La Pax Romana fue una especie de ordenanza civil y moral que impregnó la vida de sus habitantes no sólo de paz y armonía, sino además de un mayor sentido de libertad. Su secreto había funcionado.
La experiencia humana nos dice que sin paz es imposible avanzar como individuos o como sociedad. Sin verdadera libertad la paz es sólo apariencia y sin una paz real la libertad no es más que fuerza destemplada. No podemos suponer que somos libres por la sola ausencia de trabas físicas en nuestro actuar o que somos un pueblo pacífico por la simple razón que el ambiente está calmo. La paz es profunda cuando la libertad es verdadera. Descubrir esto conlleva un trabajo arduo que implica a la sociedad en su conjunto, principalmente en su rol educativo.
Desde hace algunas décadas observamos en niños, jóvenes y adultos actitudes de violencia física y verbal: en la calle, en las redes sociales e incluso en el interior de las aulas de clase. Se observa poca tolerancia entre pares, actitudes de irreverencia hacia mayores o hacia cualquier tipo de autoridad y una acentuada frustración cuando no se consigue lo que se quiere. Volver a una tarea educativa en el hogar y en la escuela que privilegie una educación en valores es una labor prioritaria.
Insistir desde la tierna infancia que hay deberes que se realizan porque en sí mismos son buenos, es formar adolescentes y adultos en el futuro que no actuarán por el solo interés a una recompensa material o persuadidos por el propio capricho. Serán personas que obrarán a partir de una convicción profunda y libre. La paz aparece, entonces, como fruto de la libertad.
En ningún periodo como en el navideño resuena con tanta fuerza la voluntad de alcanzar la paz. Esta virtud fue el secreto de Octavio para favorecer el propósito de grandes cosas. Pero, lo que nunca supo fue que su secreto escondía uno mayor. El edicto decretado por él hizo que la paz reinara en cada rincón del Imperio, incluso en Palestina. Fue en esta provincia romana en la que nació un niño que cambiaría para siempre el sentido de la paz en el mundo. Los textos de historia recogen en este período el nacimiento de Jesús de Nazareth. Desde entonces la paz es más que ausencia de guerra, es fruto del amor que se acoge y practica libremente.
Guillermo Tobar Loyola.
Académico del Instituto de Filosofía.
Universidad San Sebastián, Sede De la Patagonia.