Tras su salida de Osorno, hace siete meses, solo se le ha visto dos veces en público. Hoy el prelado, quien hace un año se mostraba junto al Papa y que terminó gatillando la crisis de la Iglesia chilena, pasa sus días entre su familia y visitas a un monasterio.
En el fundo San Emilio, ubicado en un sector rural de Curacaví, aún recuerdan cuando el obispo Juan Barros Madrid celebraba misa en la pequeña capilla del lugar. Es un templo ubicado en un camino polvoriento, entre plantaciones de choclos, un colegio -el único del sector- y un par de casas. Pero eso fue hace años. Ya no se le ve por esos rumbos. Dicen que ahora frecuenta la vecina localidad de María Pinto, donde reside su papá, a una hora de Santiago.
Allí, varios lugareños lo estiman. “Era muy noble, demasiado devoto”, dice Cristina Castro, quien celebró sus 25 años de matrimonio con una misa de Barros.
Pero entre las loas y palabras de buena crianza, también hay otro detalle: pocos quieren hablar de él. Residentes, inquilinos, agricultores, las religiosas Carmelitas Misioneras de la zona. Todos eluden el tema.
Los obispos consultados por La Tercera tampoco tienen contacto con Juan Barros. Su sucesor en Osorno, Jorge Concha, afirma que salvo un par de llamados, ha sido “poquísimo” el diálogo con el religioso (ver entrevista). Aun así, algunos de los fieles de Osorno que lo apoyaban continúan escribiéndole. De su rutina, se sabe que visita un monasterio de la Región de O’Higgins y que reside fundamentalmente en Santiago, al oriente, en las casas de su hermana y otros familiares.
Minuto papal
Hace exactamente un año era otra la historia. Durante la visita del Papa a Chile, el prelado era el centro de las miradas. Y de la polémica.
A lo largo de tres días, entre el 15 y 18 de enero de 2018, Barros Madrid apareció públicamente concelebrando misas junto al jefe de la Iglesia Católica en Santiago, Temuco e Iquique. Pero su presencia no pasó inadvertida. Arrastraba críticas desde 2015, cuando asumió la diócesis de Osorno, por haber sido parte del círculo más cercano a Fernando Karadima. Sus detractores acusaban un supuesto encubrimiento. Y en la gira papal, las protestas fueron in crescendo.
Desde algunos sectores de la Iglesia también consideraron que se expuso demasiado y que su actitud habría sido “poco prudente”.
El Papa lo defendió. “No hay una sola prueba en contra, todo es calumnia”, dijo, respaldando al prelado. Pero fue tanto el revuelo que a poco andar tuvo que pedir perdón, en el avión de regreso a Roma: “Mi expresión no fue feliz”, se desdijo.
Entonces, todo cambió. Para Barros y para la Iglesia chilena. El Pontífice determinó enviar al arzobispo de Malta, Charles Scicluna, a una misión especial al país, para indagar las acusaciones de encubrimiento contra Barros. Y fue en esa gestión cuando apareció un problema mayor: la misión recibió decenas de denuncias de abusos, que dieron origen a un lapidario informe, de 2.300 páginas, sobre los errores de la Iglesia criolla a la hora de enfrentar el tema. Finalmente, el “caso chileno” generó un efecto dominó y terminó obligando al propio Papa a cambiar su agenda de prioridades.
Pese a que no existe ningún proceso judicial ni canónico formal en su contra, la figura de Juan Barros es resistida dentro de la Iglesia. Desde que dejó de ser obispo de Osorno, el 11 de junio de 2018, hace exactamente 210 días, su paradero ha sido una incógnita. Solo se le vio públicamente dos veces: en Providencia, caminando (18 de julio), y cuando declaró como imputado ante la fiscalía (14 de noviembre).
Rengo y María Pinto
Actualmente, los días del exobispo de Osorno, quien no tiene encargos pastorales, pasan en completo hermetismo. Es común que visite al monasterio de las monjas Benedictinas de Rengo, en la Región de O’Higgins, y allí desarrolle actividad religiosa. Consultadas por La Tercera, en el lugar confirmaron las visitas y señalaron que “sí, lo conocemos”. Sin mayores comentarios.
También es frecuente que visite a su papá, en una casa cerca de María Pinto, donde su apellido materno es común. En ese lugar el “Madrid” se repite una y otra vez, en un consultorio, un puente, un memorial. Su familia también posee varias propiedades en la zona. Hasta el alcalde de Curacaví, Juan Pablo Barros, lleva su apellido, aunque niega cualquier parentesco.
El padre del prelado se llama igual, Juan Barros. Tiene más de 90 años y vive en una casa de un piso, con una Virgen en la entrada, una cancha de tenis y una de fútbol. Consultado sobre su hijo, ratifica que este lo visita seguido, pero subraya que “yo no me meto en sus cosas”. Otro lugar donde pasa sus días es en la casa de su hermana, en Lo Barnechea. A varios de sus cercanos, además, les habría dicho que actualmente goza de un permiso de ausencia del Papa.
Un sacerdote de la Iglesia de Santiago, quien pidió reserva de su nombre, cree que el “caso Barros mostró un problema mucho mayor”.
Sobre su salida de Osorno Mario Vargas, vocero de los laicos de esa ciudad, dice: “Así como llegó, se fue”.
Fuente: La Tercera