La pandemia ya es un hecho y también el rápido avance de las fases y las medidas de precaución para proteger la salud de la población. Ante esto la incertidumbre personal y social crece y hace difícil afrontar los desafíos de la vida con la misma serenidad que en condiciones habituales. Por eso me pregunto si, en el día que mundialmente se celebra la felicidad, tiene sentido hablar de ella, y si es viable o factible ante la crisis que estamos afrontando. ¿Puedo ser feliz ante esta amenaza del coronavirus para mí y para mis seres queridos?
Ciertamente, la vida no es fácil. En medio de los cambios, incertidumbres, del sorteo de dificultades, uno también experimenta felicidad y alegría; también de tristeza, e incluso de angustia. Nuestra condición es la de seres temporales, ¿qué quiere decir eso? Que me veo expuesto a constantes cambios: lo que siento ahora puede variar respecto a lo que sienta dentro de dos horas o lo que sentí ayer a esta misma hora. Efectivamente, todo eso cambia. Pero si en mi interior hay un fondo más profundo que puede mantenerse estable y en calma en medio del movimiento exterior que me rodea, entonces ese centro interior me permite afrontar con paz y serenidad y, por qué no, hasta experimentar felicidad, lo que estoy viviendo.
Ahora bien, ¿qué hay en mi interior, en lo más profundo de mi persona? Si lo que descubro es un deseo de llenarme de placeres o de solo disfrutar, difícilmente podré estar en paz, porque siempre estaré desando más y más cosas. Pero si lo que descubro es una vivencia interior de integración, de lucha animada de esperanza para superar las dificultades, porque me sé amada, sé mi valor como persona que me permite hacer tantas cosas -incluso dentro de mis limitaciones-, que soy libre, racional y puedo amar y hacer felices a tantas personas, entonces sí puedo ser feliz.
Por eso, incluso ante el coronavirus, tiene sentido esta reflexión sobre la felicidad, en la que propongo volvernos a nuestro núcleo interior para descubrir lo que lo sustenta y quiere dar sentido a nuestra vida, aunque haya que sacarle el polvo. La base más profunda es el Bien Supremo, tal como lo denominaban algunos filósofos, entre ellos Platón o Santo Tomás de Aquino. Es el bien Supremo lo que nos puede hacer plenamente felices incluso en medio de las dificultades. ¿Puedo ser feliz? Sí. ¿Con dificultades? Sí. ¿Luchando? Sí. Pero todo eso no impide que desde el núcleo más profundo de mi persona pueda vivir la paz.
Esther Gómez
Directora de Formación e Identidad Santo Tomás