Un estudio realizado por investigadores de varias universidades nacionales determinó que una serie de infraestructura, como puertos y caletas; sistemas naturales como humedales; además de núcleos urbanos, podrían verse afectados por un eventual aumento del nivel de los océanos y una mayor frecuencia e intensidad de las marejadas, de aquí a mitad de siglo.
A mediados de 2019 se dio a conocer una información que hizo prender una alarma sobre los impactos del cambio climático que ya se están observando en las costas del país: la alta erosión que presentan algunas playas del país como la de Hornitos en la Región de Antofagasta; Algarrobo y Santo Domingo en la de Valparaíso; Lebu y Tirúa en la de Bíobío, y Pichilemu en la región de O’Higgins.
La información fue revelada por el estudio denominado “Determinación de los impactos del cambio climático en las costas de Chile”, encargado por el Ministerio de Medio Ambiente a un grupo de científicos de las universidades de Valparaíso, Playa Ancha, Católica, Católica de Valparaíso y Católica de Maule, además de los Centros de Investigación UV COSTAR y CIGIDEN.
Este mismo estudio, a propósito de la COP25 -la cumbre de la ONU sobre el cambio climático- ha entregado nuevos datos respecto del riesgo al que se expone una serie de infraestructura, sistemas naturales y asentamientos urbanos, emplazado en el borde costero del país, frente a un eventual aumento del nivel del mar y a la mayor frecuencia e intensidad de las marejadas que se prevén para las costas chilenas para mitad de siglo, debido al incremento de la temperatura media de la tierra.
Según afirma uno de sus investigadores principales, académico Ingeniería Civil Oceánica de la U. de Valparaíso, Patricio Winckler, para este estudio “se elaboró un inventario de exposición de los sistemas humanos y naturales ubicados a diez metros sobre el nivel del mar, generado a partir de información disponible en los servicios públicos, levantamientos en terreno y talleres efectuados en Antofagasta, Valparaíso y Concepción”.
De esta forma, se logró determinar que existen 18.376 puntos que se encuentran en la zona de riesgo.
“Así se identificó un total de 972.623 personas habitando en los primeros 10 metros sobre el nivel del mar, y que en dicha área se ubican 546 caletas de pescadores, 1.692 humedales, 256 campos dunares, 1.172 playas, 156 lugares de interés para la biodiversidad, 1.198 estructuras de equipamiento tales como colegios, jardines infantiles, retenes de Carabineros, entre otros; 171 terminales marítimos, 475 elementos de infraestructura costera y 477 asentamientos urbanos, entre otros elementos”, enumera Winckler.
Además, con esta información se identificaron 12 comunas que se encontrarían en estado vulnerabilidad crítica. Estas son: Antofagasta, Coquimbo, Viña del Mar, Valparaíso, Pichilemu, Talcahuano, Coronel, Arauco, Puerto Saavedra, Valdivia, Rapa Nui y el Archipiélago Juan Fernández.
Un total de 972.623 personas habitan zonas costeras en los primeros 10 metros sobre el nivel del mar y que estarían en riesgo ante el aumento de las aguas del océano.
De hecho, según conclusiones de este estudio, las proyecciones dicen que entre el año 2026 y el 2045 habrán más de 45 mil personas a lo largo del país, que estarán en zona de riesgo de inundación.
La realidad de puertos y caletas
El impacto que traerán los cambios en el comportamiento del océano, debido al calentamiento global, serían principalmente dañinos en las estructuras de puertos y caletas pesqueras.
Como explica el investigador de la U. de Valparaíso, Patricio Winckler, en este estudio se realizó un cálculo inédito: se intentó determinar de aquí a medidos de siglo, cuántos días al año éstos dejarán de operar por condiciones oceanográficas. Un tema muy relevante si se considera que cerca del 90% del comercio internacional de Chile se realiza a través de esta vía y con grandes embarcaciones que necesitan operar con un mar relativamente estable.
“Y pudimos determinar que no todos los puertos chilenos van a tener un empeoramiento de sus condiciones operacionales porque depende de su orientación respecto del oleaje. En ese contexto Valparaíso se vería beneficiado porque todo el sistema climático está avanzando hacia el sur. Entonces va a estar más protegido. En cambio, los puertos que están más al sur se verán obligados a tomar medidas de adaptación, como mejorar los sistemas de amarre de los grandes buques”, aclara Winckler.
Respecto de la situación que de aquí a mediados de siglo deberán enfrentar gran parte de las más de 600 caletas de pescadores artesanales que existen en el país, Winckler explica que el cambio climático afectará a más de 85 mil personas que dependen de la pesca artesanal en Chile.
“Nos dimos cuenta de que, desde el sur de Valparaíso hacia el norte, las caletas van a empeorar sus condiciones operacionales y que, por el contrario, hacia el sur van a mejorar. Esto se debe a que hay un cambio en el sistema climático porque hacia el norte cambiará el anticiclón permanente del Pacifico Sur y que hasta ahora en general permite que haya buen tiempo”, señala.
No obstante, el incremento en el nivel del mar y de la frecuencia e intensidad de las marejadas en casi todo el país provocarían mayor daño en las estructuras marítimas. Según el investigador, esto obligará al Estado a invertir mayores recursos en mantención y reparación de estas estructuras.
Humedales en peligro
La erosión de las playas y los impactos del aumento del nivel de las aguas oceánicas también afectará los humedales, que son el soporte de la entrada del mar a la ciudad e importantes reservas biológicas.
“En Chile hay alrededor de 1.500 cuerpos de agua costeros y dentro de ellos se encuentran los humedales con influencia oceánica. Para este estudio se analizaron 30 de ellos, y se pudo determinar que hay una tendencia generalizada de perdida de tamaño. Se están encogiendo o secando, principalmente porque los caudales que vienen de las cuencas producto de la lluvia están disminuyendo”, dice el investigador de la U. de Valparaíso.
“Además, identificamos un aumento en el nivel del mar de unos 20 centímetros en los últimos 50 años, tendencia que continuará hacia 2050. Para fines de siglo, este incremento será del orden de los 60 centímetros. Esto significa que aumentará la frecuencia en que las marejadas ingresarán con agua salada a los humedales y que éstos no tendrán tiempo de recuperarse, por lo que cambiará su biología”, agrega.
Esta situación es particularmente compleja, afirma el experto, pues los humedales cumplen un rol clave como corredor biológico de las aves y como sistemas de protección natural del territorio costero antes amenazas oceánicas.
Y hablando de amenazas, los humedales también se ven afectados por una serie de causas antropogénicas.
Carolina Martínez, académica del Instituto de Geografía de la U. Católica e Investigadora de CIGIDEN y del Observatorio de la Costa -también parte del estudio- explica que “los humedales costeros son uno de los ambientes más afectados por la urbanización. Son rellenados tanto para proyectos inmobiliarios de alto costo como para viviendas sociales, generando el mismo impacto en pérdidas sociales y en servicios ecosistémicos. Ellos son claves en el control de la erosión ya que contribuyen a estabilizar la playa y, dado que están integrados a la dinámica litoral, se aseguran mecanismos de disipación de la energía de eventos extremos”.
“Los humedales costeros son uno de los ambientes más afectados por la urbanización. Son rellenados tanto para proyectos inmobiliarios de alto costo como para viviendas sociales”.
Por otra parte, la investigadora asegura que los humedales son ecosistemas “caracterizados por alto endemismo, provisión de recursos naturales y calidad paisajística. Como no todos poseen una figura formal de protección, es urgente generar nuevas leyes o mecanismos de protección que aseguren su conservación”.
Delineando estrategias
Para Patricio Winckler, al margen de las proyecciones a mediano y largo plazo, es importante desarrollar estrategias de adaptación frente a estos cambios costeros que generará el cambio climático.
“En la actualidad el Ministerio del Medio Ambiente esta promoviendo y levantando la información para hacer una Ley Marco de Cambio Climático y en uno de sus artículos, se define el Plan Nacional de Adaptación en el Borde Costero. Para ello es muy importante entender que el borde costero es una zona de transición que puede estar afecta al cambio climático pero también es muy sensible al efecto de los terremotos y tsunamis. Por eso lo ideal sería tener una Ley de Costa que defina no el borde costero si no la zona costera para ordenamiento territorial. Es decir, que para construir nuevas infraestructuras se entienda cuál es la zona de influencia oceánica, a diferencia de lo que se hace hoy que es montar las estructuras literalmente arriba de las playas”, aclara.
No obstante, para el investigador se deben sumar otras medidas de adaptación igualmente importantes, como regular las cuotas de explotación de arena de playas, ríos y dunas para la construcción, así como también la sobre explotación de los campos de algas, que son los encargados de amortiguar el oleaje en las costas.
“El mejor ejemplo de ello esta en El Papagayo en Quintero que luego de que se sacaron todas las algas, la playa prácticamente desapareció. Y se pasó de un territorio costero bastante ameno a un farellón con serios problemas de seguridad y estabilidad para las viviendas”, asegura.
Carolina Martínez, en tanto, agrega que es prioritario conservar y proteger los ecosistemas costeros y marino-costeros, y para ello es necesario que en las áreas urbanizadas se implementen soluciones “basadas en la naturaleza e infraestructura verde”.
Aquí los instrumentos de planificación territorial son fundamentales, para implementar usos de suelo coherentes a la funcionalidad de cada ambiente, con estrategias de ocupación que permitan elevar la resiliencia urbana, especialmente considerando los escenarios de cambio climático para 50 años más -aumento del nivel del mar y de la temperatura-, proyectando a su vez el crecimiento y las áreas de expansión urbana, de manera de construir ciudades sostenibles y seguras en el tiempo, reduciendo la vulnerabilidad a desastres”, puntualiza.
Fuente: La Tercera