Llegó al ministerio de Interior el 28 de julio de este año, tras la salida de Gonzalo Blumel -uno de los más cercanos al Presidente Sebastián Piñera en Palacio- y en el marco de un profundo cambio de gabinete con el que el Mandatario apostaba por iniciar un “tercer tiempo”, privilegiando a figuras de los partido políticos.
La relación con el oficialismo, de hecho, había sido uno de los temas que habían pesado sobre la gestión de Blumel, y el Mandatario optó por instalar como jefe de gabinete a Pérez, con quien no tenía una relación estrecha ni personal -más bien su nombre fue una apuesta de la cúpula UDI-, pero con una larga trayectoria política: fue diputado y senador gremialista durante 30 años (desde 1990) y alcalde designado por la dictadura en Los Ángeles (1981-1987).
En su larga estadía en el Congreso forjó fama de duro opositor a la Concertación y, por su perfil de derecha, a penas llegó al cargo, la oposición salió a instalar que se asentaba en La Moneda un “gabinete del Rechazo” a una nueva Constitución.
El arribo no fue fácil: Paro de camioneros, divisiones de su sector por el plebiscito, la situación de violencia en La Araucanía, la caída de un joven -impulsado por un carabinero- al lecho del río Mapocho e incluso tensiones que generaron en el gobierno su propia defensa sobre la acusación constitucional, marcaron los tres meses -99 días en total- que estuvo como segundo hombre de La Moneda y que concluyeron hoy, luego de que decidiera renunciar al cargo una vez que la Cámara de Diputados aprobara esta tarde el libelo en su contra por 80 votos contra 74. Con lo anterior, Pérez había quedado suspendido de su cargo, transformándose en el primer jefe de gabinete en atravesar por esa situación desde el retorno a la democracia.
No era el único escollo. En caso de pasar la valla de la Cámara Baja, la acusación -en la que se lo acusa de no haber aplicado la ley en el marco del paro de camioneros; vulnerar el derecho de la igualdad ante la ley; y no ejercer el control jerárquico sobre Carabineros- sería luego vista por el Senado quien -actuando como jurado- revisaría el libelo. Aunque el escenario ahí sí era incierto, de prosperar, Pérez sería destituido del puesto de ministro y quedaría inhabilitado para ejercer cargos públicos durante cinco años.
La certeza de que en la Cámara de Diputados estarían los 78 votos que se requerían para aprobar la acusación -y dejar así suspendido a Pérez- fue generando en las últimas horas cambios en los escenarios avizorados por el ministro, según aseguran en el oficialismo.
Así, si hace 48 horas la renuncia era un escenario impensado para el jefe de gabinete y para el entorno del Presidente, ayer en la tarde la dimisión se fue instalando como una posible opción, con la idea de amortiguar los costos e incluso frenar la acusación constitucional.
La idea no quedó a puertas cerradas en La Moneda. En la oposición reconocen que ayer el gobierno tomó contacto con parlamentarios del sector para sondear la opción de que la salida de Pérez desactivara la aprobación del libelo acusatorio.
Según algunas fuentes que estuvieron en esas conversaciones, desde el Ejecutivo incluso se había planteado la alternativa de que Pérez dimitiera previo a la votación de hoy.
En la configuración de ese escenario pesaban también otros motivos para el gobierno: el análisis, por ejemplo, de que si era suspendido, era inviable mantener un ministro subrogante por mucho tiempo.
Cuando culminaba la segunda semana de octubre, Pérez asistió como invitado a un seminario organizado por la Fundación Jaime Guzmán, vinculada la UDI.
Fue ahí donde repasó hitos de su gestión, pero también realizó un diagnóstico amplio de la mirada de la centroderecha, incluyendo algunos sus errores, generando con esto una serie de definiciones como ministro del Interior.
Entre ellas abordó el origen “político” del denominado estallido social, que como sector, dijo Pérez, no supieron “soslayar”.
“El 18 de octubre tuvo un origen político indesmentible y que nosotros no podemos soslayar», dijo, agregando que «en Chile creo que nuestra responsabilidad es que dejamos pasar mucho tiempo los problemas y de repente nos reventaron en la cara. Tuvimos muchos éxitos, efectivamente tuvimos mucho éxito, incorporamos a la clase media, pero cuando pasó el tiempo y no hicimos las correcciones adecuadas, esa clase media se sintió, no diría que traicionada, pero se sintió que la estábamos nuevamente impulsando hacia la pobreza y eso es todo lo contrario a lo que queríamos”.
Fuente: La Tercera